Sin lanzar a bocajarro el extremista grito ¡la paz se conquista con la
guerra!, ni levantar la proclama ¡el poder nace del fusil!; no dejaré de
decirles a los que llaman a “defender la paz…”, que la burguesía (y quienes la
merodean) no se resignará a la derrota, el imperialismo nunca dejará de hacer
la guerra.
A los que vean tras estas afirmaciones un dogmatismo marxista de
trasnocho, les digo que hay ronquidos hasta en los divinos sueños.
Por eso insistiré en el asunto de la impunidad. Ella es contraria a toda
organización social, aunque no a sus modos de producción. El capitalismo es
severo con quien atente contra la propiedad, pero, como la explotación y la
competencia son sus instrumentos fundamentales, nada de lo que se haga con
ellos es delincuencial, a menos que afecte su propia naturaleza. En los
anteriores modos de producción, no había delito en lo que hicieran nobles y
obispos en defensa de su propiedad divina.
De los regímenes de ilusorio socialismo que conocimos, sólo diré que
todos terminaron siendo un fraude, con muy aisladas, o acorraladas,
excepciones. Lo fueron porque, a diferencia del capitalismo, traicionaron sus
preceptos, que eran libertad, justicia e igualdad.
En el socialismo que queremos y que, sin duda, impulsó Chávez, esos tres
preceptos son sagrados, no en la acepción religiosa sino en la de consideración
y respeto. Todo lo que atente contra ellos constituyen un delito contra la
revolución y todo lo que atenten contra la revolución debe ser sancionado. Aquí
incluyo al hampa común, sin dilema rehabilitatorio.
En este socialismo,
del que hablo, la derecha puede expresarse, eso no lo hace peligrar. Pero, las
acciones de saboteo, desconocimiento de las leyes y violencia contra los
revolucionarios, deben recibir una respuesta implacable. Decía Mao, rechazando una paz angustiosa: “si se teme la guerra
todos los días, ¿qué haremos si finalmente se produce?”
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¡El ALBA Y LA CELAC, se construye desde los Pueblos!
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¡El ALBA Y LA CELAC, se construye desde los Pueblos!
JM. Rodríguez
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